Este artículo suena mejor con la Playlist A Head Full of Dreams.
Llega un punto en el año donde la necesidad de cerrar ciclos se convierte en una urgencia. Para algunos puede ser el día del cumpleaños, para la mayoría es el 31 de diciembre y para mí el día de las velitas.
En la vida de todo ser humano existe un momento de pausa, la que obliga a recapacitar. Como si estuviéramos en detención por hacer algo errado, en aquel momento sacamos los demonios, las verdades e inconformidades con nosotros mismos.


Después de apagar la vela pidiendo un deseo de cumpleaños, o prender aquellas pensando que la virgen escuchará alguna petición, y luego de comer las doce uvas, lo único que realmente queda es el rastro de un año más y tras él miles de emociones. En palabras encontradas en Otra Canción Larga de Alcolirykoz: "Uno sabe que está envejeciendo cuando la felicidad lo pone nostálgico".
De modo que la constante y tortuosa preocupación de medir logros y marcar nuevos propósitos, se convierte en un ciclo vicioso que indica que la mayoría de deseos no son suerte, son esfuerzos. Por eso hay que tener cuidado con nuestra ambición, qué tan lejos puede llegar o qué tan dormida puede estar.
A los próximos 365 días decidí ponerles un poco más de sabor y sabrosura, porque si bien el mundo es un lugar imperfecto, el afán y la angustia de cumplir con los propósitos de fin de año son un verdadero obstáculo cuando estamos a la deriva, en manos de algún destino.
A partir de esta noche mi objetivo será pensar todo dos veces, me cansé de tomar decisiones a la ligera.
A partir de esta noche mi objetivo será pensar todo dos veces, me cansé de tomar decisiones a la ligera.
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